La Peña de la Mira
Atalaya de pueblos y campos,
dama de oteros y colinas,
espejismo de roca,
erosión horadada por el tiempo.
Testigo fosilizado del Campillo y
de Maluque,
de chopos y maizales,
eterno mirador hacia el ocaso,
sombra del amanecer,
corona de cerros, festoneados por
el río.
Infanta de la Primavera, preñada
de cantueso y tomillo.
anciana bajo manto invernal de
carrascas y aliagas,
guardesa del barranco, solana
entre sotos y terreros.
Notario de aconteceres y
devenires:
De la Granja y sus eventos.
De lavanderas, pastores y
labriegos.
De Mohernando aprisco de novicios,
acólitos de Don Bosco.
De Alarilla, colmillo y muela,
pueblo de ilusiones aladas,
de vuelos de destino incierto.
Silenciosa y atenta observadora de
Iuncaria,
la villa de la magistral torre, tu
rival.
A la diestra de tu sitial,
yace la vetusta Hita, memoria de
arcipreste,
devaneos de Doña Cuaresma y Don
Carnal,
cómplices de aquel Jueves Lardero
iuncariense.
Sólo al lejano Ocejón, rindes
honores.
anciano de plateadas cimas,
que el Sol dibuja sobre la
meridional cordillera.
Tu cintura, plena de mancebos
anhelos,
peregrinación de la aurora,
balcón de La Campiña enamorada.
Desde tu cima, cegada por la luz,
contemplas, eterna mira,
el tropezar del agua a tus pies,
salpicados de salmodia vespertina,
anuncio del atardecer,
cenefa sin fin del horizonte.
Ebria de melodías salvajes,
trinos de jaulines y abubillas,
cigarras, brillantes sonidos de
luz,
nocturno salpicado de grillos,
desafíos del crepúsculo ardiente
del estío,
faro de la noche,
cobijo de la vida,
arrullo del amor.
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